Mi papá me despedía en Francia, con una botella de Fernet Branca Menta en una mano y un vaso de whisky con fernet de menta con Coca en la otra. Yo saltaba por un acantilado enorme y empezaba a nadar por unas inmensas aguas, tranquilas y profundas, sin soltar ni el vaso ni la botella. Me empezaban a seguir unos furiosos gorilas por lo que soltaba el vaso y me guardaba la botella. Lograba trepar por uno de los mini acantilados que había a ambos costados de ese enorme río tranquilo. Pero los gigantes simios me continúaban persiguiendo. Entonces, de la nada, aparecía un barco lleno de jóvenes que me alentaban a saltar a cubierta. Como yo temía que fueran más gorilas disfrazados de humanos, no lo hacía. Uno de los monos que me venía persiguiendo hace rato saltaba y, cuando ya me creía yo perdida en sus garras, escuchaba dos tiros. Abrí los ojos y observé como el gigante peludo caía pesadamente al agua, con la cabeza ensangrentada. Recién ahí confié en mis amigos de la embarcación y me uní a ellos.
- "Puedes tomar la Marsupia. Te va a ser más fácil escapar en ella". - me sugería una chica.
- ¿La Marsupia?. ¿Qué es la Marsupia?. - preguntaba yo confundida.
- Es como una manta raya gigante. - respondía alguien del grupo.
Aparecía entonces una enorme manta raya surcando los cielos que en verdad era un ala delta inmenso. El aviador pasaba al ras de la cubierta y me levantaba de una. Yo veía que había una heladerita llena de refrescos a bordo de la Marsupia y empezaba a festejar. Pero la heladerita caía al barco y todos se reían de mi. Yo sacaba victoriosa mi botella de fernet de entre mis ropas y se las mostraba orgullosa. Nos adentramos entonces en una selva frondosa, oscura y húmeda. Había más personas abordo de la avioneta. Volvieron a aparecer los simios, más enojados que nunca. De pronto caíamos de la Marsupia, todos ... excepto el aviador que nos iba dando indicaciones de cómo zafarnos de las distintas especies que iban apareciendo a nuestro paso. Una pantera negra pasaba a metros nuestros pero no nos alcanzaba a encontrar. El misterioso aviador, cuya cara nunca pude ver, nos pedía silencio absoluto. Ni un movimiento. Accidentalmente, yo movía unas hojas del piso y aparecía un enorme cheetah de un blanco purísimo. Rugía y extendía unas plumas, una cola igual a la de un pavo real. Era todo muy exótico. Se acercaba sigilosamente al grupo. El piloto nos informó que la única forma de salvación era que alguno de los presentes hiciera una danza con el animal. Eso hice. Comencé a moverme, presa del terror, mientras el enorme felino me respiraba muy cerca ... . Fue entonces cuando me desperté.
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