martes, 20 de septiembre de 2011

Sábado 17 de septiembre ...

Un empresario multimillonario quería abrir un parque de diversiones. Lo único que se interponía en su proyecto era que había leyendas de que el castillo medieval, ubicado en centro del terreno, estaba embrujado. Por ése motivo, este empresario que se llamaba Jean algo, me llamaba y me pedía como periodista que me quedara en el castillo 3 días y 3 noches y desacreditara la leyenda.

La última noche en ése lugar es lo único que recuerdo. Había una tormenta típica de película de terror, no había electricidad en el castillo, estaba todo iluminado con velas.

Había sonidos extraños por todos lados, la casa entera gemía y se retorcía. Cada torre giraba sobre su propio eje y las habitaciones no dejaban de temblar. Había un constante zumbido como de un enjambre de abejas oculto en algún adoquín enmohecido de esa enorme y monstruosa construcción.

Me adentré en un cuarto y me encontré con una empleada, que armaba apresuradamente sus valijas. Me miraba fijo unos instantes y exclamaba:

- Sólo tengo que esconder bien la muñeca, vos sabés ... esa maldita muñeca. Nadie la puede encontrar. Puedo confiar en que no le vas a decir a nadie dónde la estoy escondiendo, ¿no?.

- Seguro - respondí de inmediato.

Pero yo no creía en mis palabras. Tomé la muñeca y mientras buscaba un lugar donde esconderla, la palpaba nerviosamente con la mano derecha. Tenía tres bolas de metal, al parecer, en el pecho. La escondí hecha un bollo al pie de la cama y la mujer intentó salir del cuarto, satisfecha de que el secreto muriera ahí. Sin embargo, algo percibió el castillo o los seres diabólicos que la habitaban. El cuarto comenzó a comprimirse, la puerta se volvió diminuta, estabamos atrapadas e íbamos a morir aplastadas. Rompí una vez, desesperada, para poder escapar. Corrimos con todas nuestras fuerzas bajo el intenso diluvio. El pasto estaba empapado, resbaloso y lleno de pozos. Yo tenía puesto un vestido de la época colonial y unos zapatos rosa bebé con taco. Era imposible, comencé a cansarme. La mucama desapareció. Vi las luces del Rolls - Royce de Jean y grité desesperada. Me desmayé. Desperté en el auto de mi amigo. Me llevó a un restaurante y me dijo: "Me pidieron que te deje acá". Y se fue sin decir más. Entré al lugar. Era una cantina italiana. Un mozo me indicó una mesa al fondo. Había mucha gente, entre ellos, mi papá. Yo estaba toda embarrada, cansada, asustada y mojada. Ellos comían asado. Muy extraño. Me senté.
- ¡Llegó mi hija! - gritó mi papá contento.

Me forcé a sonreír y me senté. Escuché unos tacos que se dirigían apurados a nuestra mesa.

- Perdón que llegue tarde es que ...

Era Georgina. ¿Qué hacía Georgina ahí?. Parece que lo mismo se preguntaba mi padre. Intenté responderle algo que sonara lógico pero, mientras pensaba la respuesta, todo se volvió difuso y me desperté ...

Jueves 15 de septiembre de 2011

Era un tren de casi 6 metros de ancho e infinitamente largo. Yo estaba sentada en el último vagón, en los asientos del fondo, en el medio. A ambos lados, había parejas heterosexuales besándose y acariciándose, durante todo el viaje, que parecía no tener fin. Esta situación se repetía a lo largo de todo el tren, hasta el infinito. Y yo estaba sentada en el medio, mirando el pasillo. Se hacía de noche, de día, reiteradas veces. En un momento dado, un mozo colocaba una mesa, un plato, un par de cubiertos y me entregaba una carta.
- ¿Sola esta noche? - me preguntaba
- Como todas las noches - contestaba yo con una sonrisa forzada.
En eso, aparecía un hombre de la nada y se sentaba enfrente mío. Comenzaba a coquetear conmigo y la chica de la pareja de mi derecha me decía que me ubique. Cosa muy irónica teniendo en cuenta que se estaba acariciando con su pareja sin parar hacía más de cuatro días. Entonces, el hombre misterioso proponía que si él lograba hacer algo determinado (no recuerdo qué) se debían bajar todos del tren para que podamos cenar a solas. Y así fue. El tren se detuvo y cenamos solos, casi en penumbra, a la luz de las velas, en un inmenso tren. Este señor ejercía sobre mi una atracción inexplicable y parecía de esos tipos salidos de novelas muy viejas y románticas ... . Comíamos comida invisible, al estilo Peter Pan. La charla estaba muy animada cuando ... mi hermano me levantó para almorzar.