martes, 20 de septiembre de 2011

Jueves 15 de septiembre de 2011

Era un tren de casi 6 metros de ancho e infinitamente largo. Yo estaba sentada en el último vagón, en los asientos del fondo, en el medio. A ambos lados, había parejas heterosexuales besándose y acariciándose, durante todo el viaje, que parecía no tener fin. Esta situación se repetía a lo largo de todo el tren, hasta el infinito. Y yo estaba sentada en el medio, mirando el pasillo. Se hacía de noche, de día, reiteradas veces. En un momento dado, un mozo colocaba una mesa, un plato, un par de cubiertos y me entregaba una carta.
- ¿Sola esta noche? - me preguntaba
- Como todas las noches - contestaba yo con una sonrisa forzada.
En eso, aparecía un hombre de la nada y se sentaba enfrente mío. Comenzaba a coquetear conmigo y la chica de la pareja de mi derecha me decía que me ubique. Cosa muy irónica teniendo en cuenta que se estaba acariciando con su pareja sin parar hacía más de cuatro días. Entonces, el hombre misterioso proponía que si él lograba hacer algo determinado (no recuerdo qué) se debían bajar todos del tren para que podamos cenar a solas. Y así fue. El tren se detuvo y cenamos solos, casi en penumbra, a la luz de las velas, en un inmenso tren. Este señor ejercía sobre mi una atracción inexplicable y parecía de esos tipos salidos de novelas muy viejas y románticas ... . Comíamos comida invisible, al estilo Peter Pan. La charla estaba muy animada cuando ... mi hermano me levantó para almorzar.

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