La última noche en ése lugar es lo único que recuerdo. Había una tormenta típica de película de terror, no había electricidad en el castillo, estaba todo iluminado con velas.
Había sonidos extraños por todos lados, la casa entera gemía y se retorcía. Cada torre giraba sobre su propio eje y las habitaciones no dejaban de temblar. Había un constante zumbido como de un enjambre de abejas oculto en algún adoquín enmohecido de esa enorme y monstruosa construcción.
Me adentré en un cuarto y me encontré con una empleada, que armaba apresuradamente sus valijas. Me miraba fijo unos instantes y exclamaba:
- Sólo tengo que esconder bien la muñeca, vos sabés ... esa maldita muñeca. Nadie la puede encontrar. Puedo confiar en que no le vas a decir a nadie dónde la estoy escondiendo, ¿no?.
- Seguro - respondí de inmediato.
Pero yo no creía en mis palabras. Tomé la muñeca y mientras buscaba un lugar donde esconderla, la palpaba nerviosamente con la mano derecha. Tenía tres bolas de metal, al parecer, en el pecho. La escondí hecha un bollo al pie de la cama y la mujer intentó salir del cuarto, satisfecha de que el secreto muriera ahí. Sin embargo, algo percibió el castillo o los seres diabólicos que la habitaban. El cuarto comenzó a comprimirse, la puerta se volvió diminuta, estabamos atrapadas e íbamos a morir aplastadas. Rompí una vez, desesperada, para poder escapar. Corrimos con todas nuestras fuerzas bajo el intenso diluvio. El pasto estaba empapado, resbaloso y lleno de pozos. Yo tenía puesto un vestido de la época colonial y unos zapatos rosa bebé con taco. Era imposible, comencé a cansarme. La mucama desapareció. Vi las luces del Rolls - Royce de Jean y grité desesperada. Me desmayé. Desperté en el auto de mi amigo. Me llevó a un restaurante y me dijo: "Me pidieron que te deje acá". Y se fue sin decir más. Entré al lugar. Era una cantina italiana. Un mozo me indicó una mesa al fondo. Había mucha gente, entre ellos, mi papá. Yo estaba toda embarrada, cansada, asustada y mojada. Ellos comían asado. Muy extraño. Me senté.
- ¡Llegó mi hija! - gritó mi papá contento.
Me forcé a sonreír y me senté. Escuché unos tacos que se dirigían apurados a nuestra mesa.
- Perdón que llegue tarde es que ...
Era Georgina. ¿Qué hacía Georgina ahí?. Parece que lo mismo se preguntaba mi padre. Intenté responderle algo que sonara lógico pero, mientras pensaba la respuesta, todo se volvió difuso y me desperté ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario